Esperando en la esquina de un hotel, cabizbajo y con un aire de melancolía, sostienes un libreto viejo, gastado de tanto leerse, lo aprisionas a tu pecho y esperas. Luces emocionado y cansado, esa barba de días, nuestros días, son tu más grande tatuaje del recuerdo. ¿Cuánto tiempo ha pasado?, relativamente es poco, sólo dos años.
Miras el reloj y esperas. El tiempo es tu amigo y yo el enemigo.
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Han pasado dos horas y permaneces de pié. ¿Qué pasa contigo?, te sientas en la banqueta y aprietas el libreto. Ya no luces emocionado, más bien decepcionado, pero esperas.
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Cuatro horas después, te levantas, rompes el libreto, y tu cara es agonizante. Tiras los papeles y te liberas. Por fin, te vas.
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Haces bien en mandarme a la chingada, yo hubiera hecho lo mismo hace ya mucho tiempo. Pero preferí el camino largo, ya sabes: quererte, perderte, extrañarte, recuperarte, tenerte, escaparme, levantarte, soltarte y al final, escribirte.
Mientras te miraba en la esquina, otros pasaban y me enamoraban. Y sin embargo te observaba.
Sin duda, me encantaría repetir la escena, pues hoy estamos en igualdad de condiciones. Sin embargo, me faltó valor y te sobró cobardía.
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Hoy te dije la verdad, la verdad relativa.
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