Parte II. El hombre de la barra.
Sofía
llegó al bar con la
mirada más turbia y complicada que no había visto antes; una boca rosa sin
sonrisa, el cabello enmarañado, los vaqueros rotos y una camiseta blanca que le ceñía
hasta el alma, zapatos azules… entró preguntando por un hombre.
Así la conocí.
Su semblante anunciaba la carga de un pasado que, en ese momento, no estaba interesado en
conocer. Cargaba una bolsa de recuerdos, las huellas trabadas, la pesadez en
las manos, los nudos en la espalda… la desilusión en su porte, un desamor, pensé.
Una historia más. Le sonreí.
Sin
mira más nada que un libro, que sacó de su bolsa junto con un lápiz, se sentó enfrente de la barra y pidió dos
tragos de tequila mientras disimulaba la búsqueda o mitigaba la espera… entre
tanto, hojeaba el libro y subrayaba algunas frases. Luego bebió el primer
caballo de tequila sin pausa siguiendo con el segundo. El alcohol como sucedáneo del amor, concluí.
Serví otro tequila y sin mirarme agradeció el gesto.
Supongo que pude embriagar esa noche a Sofía con alevosía y ventaja para luego,
tal vez, llevarla a la cama y hacerla gemir de placer hasta llorar. Pero yo
sólo era un barman con pocas ambiciones en la vida, ligeramente misántropo rayando en lo melancólico y las presunciones no son mi arma; así que tenía dos opciones:
hacerlo de forma pedestre y quitarle la máscara a ese álter ego en potencia, o esperar, observar y conocerla. Mis opciones eran simples si
consideramos que todos los días vengo al mismo bar, sirvo tragos y a veces
charlo con los clientes de sus historias… ¿Pero y si ella no volvía?, tenía
otra vez dos opciones: preguntar su teléfono y salir con ella; o esperar una segunda
visita. Opté por esperar la segunda
visita, lejos de toda timidez fue
precaución.
Mientras
servía el cuarto caballito de tequila, Sofía seguía absorta en la lectura de
aquel libro, así que observé el título mientras limpiaba intencionalmente su
lugar, “Tan lejos como aquí” decía la portada. Mientras bebía sin paciencia
suspiraba adentrándote en alguna parte de aquella historia. En aquel momento
intenté hacerle la plática pero sólo obtuve respuestas cortas y cordiales: sí,
no, no gracias.
Tres
horas después, Sofía pagó y se marchó con la misma incertidumbre con la que
entró, no sin antes echar una última mirada al bar por si a caso no se hubiera
cerciorado de que aquel hombre que ella buscaba, estaba. Sin embargo, ese día no llegó quien ella esperaba y en ese
mismo tenor yo aprendería a esperarla.
Cuatro visitas más se presentaron después, antes de que yo tuviera el valor de hablarle;
en esas visitas, Sofía llegaba sola, sin
preguntar por aquel hombre; el vestuario en cada una era distinto, pero el
mismo cabello enmarañado, los zapatos azules y la mirada inquietante de la primera vez. Cada visita
era por espacio de diez y quince días, siempre pedía tequila para beber y portaba un
libro diferente: el segundo día llegó con Cumbres borrascosas, el tercero con Pedro
Páramo, el cuarto con María. Comencé a anotar los títulos para leerlos después
y conseguir un tema de conversación con ella que permitiera mantener
su interés en algo que no fuera el tequila y las letras.
Durante
mis tiempos libres acudía a un café cercano del bar para leer los libros que
Sofía portaba, me parece que nunca me había esmerado tanto por leer tanto en
unas cuantas horas, y además, entender o encontrar el significado de cada
historia. En principio me parecían historias rosas y sin interés para mí, salvo Tan lejos como aquí y Pedro Páramo. Pero luego descubrí que tenían historias en común que quizá
proyectaban algo en su vida: desamor, rencor, odio y pasión. Básico, esta
historia de bar ya me la sabía: una muchacha mal herida que viene a beber y a
tratar de justificar en los libros lo que nadie puede explicarle. Creí, en ese
momento, que empezaba a descifrar la vida de Sofía con sólo observación de
campo.
Por
su puesto que en todo ese tiempo, intenté entablar una conversación con ella,
pero no encontraba la forma de abordar el tema de algún libro. Así que las
frases eran exiguas y banales, mientras que sus respuestas seguían siendo de
una sola sílaba. De su número telefónico ni hablar.
En
la cuarta visita Ruescas se sentó dos bancos de distancia a ella, pidió su
usual bebida y platicamos sobre cualquier cosa. De reojo observaba a Sofía y su
libro, y entonces noté en él una llama de interés mientras ideaba la forma de
entablar conversación, Ruescas, se frotaba las manos para alejar los nervios y
jugueteaba con su bebida. -Tendrás que beberte cuatro hadas para entablar una conversación con ella- le susurré con malicia. Después de un
rato, se levantó de su banco y se acercó a ella, le preguntó con interés sobre
la lectura que ella llevaba. Ella lo ignoró. Luego él le hizo algunas preguntas, a las que ella contestó
de forma frugal, como antes a mí. Sentí satisfacción y celos. Entonces él le
mencionó un fragmento del libro, y automáticamente captó su atención. Ella alzó la mirada incrédula y emocionada,
sonrió y comenzó a hablar del libro y la historia de María… En menos de 5 minutos Ruescas bebía mientras
debatía sobre la trágica vida de María. Sofía dilucidaba con gran intensidad la
novela mientras Ruescas con moderación emitía su opinión… luego Sofía volvió a sonreír y bebió de un solo trago su tequila. Y entonces tuve celos de no ser yo quien hubiera
provocado esa sonrisa después de 4 visitas. Mi torpeza y lentitud habían
perdido esta primera batalla con ella y me arrepentí de no haber elegido mi primera egocéntrica opción.
Esa
noche, frustrado, fui testigo de cómo el tipo más gris de todos los clientes, usó
mi estrategia y la embelesó con su tertulia. El mismo Ruescas solitario que
todas las noches salía en busca de un amor por ratos, hoy tenía la atención de Sofía. Sin embargo, ellos no se fueron juntos, ni esa ni otras muchas veces
más.