martes, 11 de marzo de 2014

Tres

Bebemos café y cruzamos miradas,
Nos invade el placer, te sonroja el saberte deseada. 

Un desnudo se dibuja en tu mirada,
Sorbes café, sorbes más saliva, te sientes atormentada.  

Te miro deseando tu espalda,
Cambias de piel, cambias de amor, cambias tu mirada.

Se enciende la piel bajo tu falda,
Un poco de amor, un poco de pasión te hace falta.

Aclaras tu garganta, sonríes sonrojada, agachas la mirada, deseas su cama.
Deseo ser yo, quien cuide de ti por las mañanas. 

Se detiene el reloj, hemos bebido el café y tú como si nada,
Quién fuera el edén que dibujas en las noches largas…

Te acercas a mí, te despides por fin y me besas agitada,

Te vas por ahí, caminando así, intercambiando más que miradas.  

jueves, 25 de abril de 2013

Lo que guarda el silencio


-Hola.
-Hola, tanto tiempo. –Te abrazo impulsivamente, me reconfortan tus brazos-


Un indicio de melancolía apareció cuando te vi, después de mucho tiempo.  Tanto que no podía mirarte a los ojos, mientras tú –nervioso- me miras disculpándote por el tiempo que pasó. Asientes la cabeza en señal de agradecimiento por mi silencio, aplaudes mi visión de la vida hacia lo que sucedió, pero sobre todo, te congratulas de tus secretos celosamente guardados. ¿Conservo algo más que no debería?, Sí. El mensaje de aquella noche, cuando te despedías. 
Aquellas pretenciosas aventuras sexuales de los que fui felizmente cómplice, aún las llevo en la imaginación. Gané tu confianza y tus secretos, aprendí de ti, te robé conocimientos… perdí tu corazón. Lo siento. Es probable que no supiera elegir, pero me dejé llevar por el impulso y soy feliz.  Tú también, después de tu sobreprotección y tu sorpresiva despedida, eres feliz. 
Después de todo lo que me diste, no tengo nada que reprocharte. No me des las gracias, no lo hice por ti. Lo hice por los dos y porque eso es lealtad hacia una amistad malintencionada que nos hizo felices un tiempo. 
Ni siquiera es tiempo de cuestionarnos porqué perdimos esa batalla, o quién se rindió primero, sería absurdo que ahora, después de años, nos preguntemos estupideces en este breve encuentro. 
¡Celebremos lo que hay ahora!  Te extrañé, pero entendemos que la situación nos permite un abrazo, un beso de tiempo atrás, y un suspiro de saber que todo está bien, que todo sigue, que todo se cura. Que nos volveremos a ver, sin promesas.   
-Sí…-Y entonces nada, sólo el silencio.
-Debo irme.
-Nos vemos…
-Sí, otro día.-Sonríes, como si todo y nada pasó.


­ Éramos amigos, éramos cómplices, éramos libres.  Ahora somos felices.  

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Historias en un bar: Sofía.


Parte III. Sofía Hernández.


Sofía Hernández no era la típica mujer de semblante alegre que encuentras en un bar a media noche y después de tres tequilas. Su aspecto era más bien desgastado empero pulcro. En algún momento de su vida, Sofía fue una mujer que reía mucho, pues las líneas de expresión del risorio de santorini estaban evidentemente marcadas; hoy en día, pocas y esporádicas veces sonreía. A pesar de su aspecto y ropas en general, el mundo social de Sofía era mucho más ostentoso que el de Ruescas solía andar con gracia y elegancia en los eventos sociales a los que acudía años atrás. Sin embargo, de esa elegancia ya sólo quedaba el porte y los zapatos. 

Sofía no era una mujer que pasara desapercibida, pues cada que entraba a algún lugar llamaba la atención por su peculiar altura, la delgadez aparentemente extrema que ella manejaba y su enmarañada y abundante cabellera. Con todas las dudas del mundo, el atractivo sexual de Sofía no era la voluptuosa figura que no poseía, pero sí su cintura y su boca rosa. Y léase con reservas, pues Sofía balanceaba perfectamente su altura con su figura y además, siempre agregaba tacones a su atuendo, haciéndola aún más alta y tremendamente sexual. 

Las ojeras en Sofía, denotaban una frecuente vida nocturna gracias al insomnio que padecía desde hace unos meses. En apariencia, ella era una mujer descuidada y huraña, pero a detalle había esmero en su arreglo, hasta un dejo de coquetería que evidentemente disimulaba bajo un disfraz de innecesaria seriedad. Después de tres tequilas relajaba los hombros y el desasosiego de su ceño, aunque no la ansiedad de su boca rosa, pues solía morderse los labios.

A pesar de su máscara huraña, Sofía solía hacer paroxismos de su vida y sus lecturas; viéndola discutir con Ruescas sobre ciertos temas, sacaban de ella el carácter que escondía con esmero y cuidado.  Pero también ella era la protagonista de un oxímoron cotidiano del amor. Tenía el corazón roto y los recuerdos haciendo mella en su piel y no precisamente en ese orden.

Recuerdo aquellas conversaciones que ella tenía con Ruescas en donde su vida era descrita a cuentagotas a pesar de los esfuerzos, de ambos, por obtener más información. Básicamente ambos sabíamos que llegó huyendo de un príncipe que nunca la salvó y luego se confió en las manos de su héroe personal que también la defraudó… y prefirió escapar.
En todo este meollo había una contradicción pues, o pecaba de inocencia o más bien le gustaba huir. Aunque, por lo visto, ella se embelesaba indefinidamente con las garras de cualquier impostor. Ruescas parecía uno de ellos y yo bien podría ser un jodido príncipe, héroe, o como ella me quisiera llamar; pero una vez más carecía de ambiciones y Ruescas era muy cobarde para ser el impostor.

A veces, Sofía parecía venir de otra vida pues bajo el disfraz de seriedad se asomaban destellos de seducción y promiscuidad; Un extraño arte en el robo aparecía en sus manos blancas… quizá ella hubiera sido una bailarina exótica de múltiples personalidades que bajo la protección de una peluca neón y unas medias de red conquistan la fantasía de cualquier hombre, a pesar de su extrema delgadez.  Pero no, al parecer Sofía no había tenido ese trabajo aún y seguramente yo ya estaba fantaseando con ella. 

Pero Sofía tampoco buscaba un amigo ni mucho menos “echar raíces”, pues confusas señales mandaba cuando hablaba con Ruescas, y, para mi fortuna, ella siempre llegaba a mí por alguna extraña razón; aunque yo estuviera ocupado, buscaba estar cerca del lugar donde atendía en la barra y sin mirarme, pedía. Era automático: ella llegaba con su singular bolsa, acomodaba su cabello revuelto en un chongo, sacaba un libro, se sentaba y pedía. Siempre era tequila. Luego llegaba Ruescas, pedía lo de siempre, y charlaban por alrededor de dos horas… a veces de los libros, a veces de sus vidas, más de Sofía que de Ruescas, lo cual agradecía. Al final Ruescas pagaba, ella se sonrojaba y ambos se iban, cada uno por su lado. Deduzco que ella coqueteaba conmigo, a su forma.

¿Será que todo lo que sabíamos de ella era una mentira? ¡Qué más daba! Gozábamos con su presencia y su voz amarga.

Durante todo ese tiempo que “conocí” a Sofía, pude ver a una mujer que devoraba las letras y le daba a cada historia un contexto diferente. No era una pasión por leer sino por entender.  Lo que en realidad ella buscaba de cada lectura era encontrar un punto psicológico en los personajes que los volvía vulnerables o que justificaran sus acciones, tenía cierta inclinación por personajes mezquinos, como cuando debatían de Heathcliff: su alegoría de la obsesión y el amor. Personalmente, cuando terminé de leer Cumbres Borrascosas, etiqueté a Heathcliff como un hombre egoísta y cruel, pero no más que Catalina. Sin embargo, Sofía lo describía con lástima, hablaba de él con compasión por su pasado y su destino y a Catalina hasta me pareció que la defendía. No supe entender el por qué de esa atracción hacia los amores conflictivos. Para ella eso era el amor o la vida.  No sé.


Un día Ruescas no se presentó. Sofía lo esperó alrededor de una hora pero, impaciente, guardó su libro, tomó el último trago de tequila, me miró, sonrió, pagó y se fue. 

miércoles, 3 de octubre de 2012

Historias en un bar: Sofía.


Parte II. El hombre de la barra. 

Sofía llegó al bar con la mirada más turbia y complicada que no había visto antes; una boca rosa sin sonrisa, el cabello enmarañado, los vaqueros rotos y una camiseta blanca que le ceñía hasta el alma, zapatos azules… entró preguntando por un hombre.  Así la conocí. 

Su semblante anunciaba la carga de un pasado que, en ese momento, no estaba interesado en conocer. Cargaba una bolsa de recuerdos, las huellas trabadas, la pesadez en las manos, los nudos en la espalda… la desilusión en su porte, un desamor, pensé. Una historia más. Le sonreí.

Sin mira más nada que un libro, que sacó de su bolsa junto con un lápiz,  se sentó enfrente de la barra y pidió dos tragos de tequila mientras disimulaba la búsqueda o mitigaba la espera… entre tanto, hojeaba el libro y subrayaba algunas frases. Luego bebió el primer caballo de tequila sin pausa siguiendo con el segundo. El alcohol como sucedáneo del amor, concluí. 
Serví otro tequila y sin mirarme agradeció el gesto. Supongo que pude embriagar esa noche a Sofía con alevosía y ventaja para luego, tal vez, llevarla a la cama y hacerla gemir de placer hasta llorar. Pero yo sólo era un barman con pocas ambiciones en la vida, ligeramente misántropo rayando en lo melancólico y las presunciones no son mi arma; así que tenía dos opciones: hacerlo de forma pedestre y quitarle la máscara a ese álter ego en potencia, o esperar, observar y conocerla. Mis opciones eran simples si consideramos que todos los días vengo al mismo bar, sirvo tragos y a veces charlo con los clientes de sus historias… ¿Pero y si ella no volvía?, tenía otra vez dos opciones: preguntar su teléfono y salir con ella; o esperar una segunda visita.  Opté por esperar la segunda visita,  lejos de toda timidez fue precaución.

Mientras servía el cuarto caballito de tequila, Sofía seguía absorta en la lectura de aquel libro, así que observé el título mientras limpiaba intencionalmente su lugar, “Tan lejos como aquí” decía la portada. Mientras bebía sin paciencia suspiraba adentrándote en alguna parte de aquella historia. En aquel momento intenté hacerle la plática pero sólo obtuve respuestas cortas y cordiales: sí, no, no gracias. 

Tres horas después, Sofía pagó y se marchó con la misma incertidumbre con la que entró, no sin antes echar una última mirada al bar por si a caso no se hubiera cerciorado de que aquel hombre que ella buscaba, estaba. Sin embargo, ese día no llegó quien ella esperaba y en ese mismo tenor yo aprendería a esperarla. 

Cuatro visitas más se presentaron después, antes de que yo tuviera el valor de hablarle;  en esas visitas, Sofía llegaba sola, sin preguntar por aquel hombre; el vestuario en cada una era distinto, pero el mismo cabello enmarañado,  los zapatos azules y la mirada inquietante de la primera vez. Cada visita era por espacio de diez y quince días,  siempre pedía tequila para beber y portaba un libro diferente: el segundo día llegó con Cumbres borrascosas, el tercero con Pedro Páramo, el cuarto con María. Comencé a anotar los títulos para leerlos después y conseguir un tema de conversación con ella que permitiera mantener su interés en algo que no fuera el tequila y las letras.

Durante mis tiempos libres acudía a un café cercano del bar para leer los libros que Sofía portaba, me parece que nunca me había esmerado tanto por leer tanto en unas cuantas horas, y además, entender o encontrar el significado de cada historia. En principio me parecían historias rosas y sin interés para mí, salvo Tan lejos como aquí y Pedro Páramo. Pero luego descubrí que tenían historias en común que quizá proyectaban algo en su vida: desamor, rencor, odio y pasión. Básico, esta historia de bar ya me la sabía: una muchacha mal herida que viene a beber y a tratar de justificar en los libros lo que nadie puede explicarle. Creí, en ese momento, que empezaba a descifrar la vida de Sofía con sólo observación de campo. 

Por su puesto que en todo ese tiempo, intenté entablar una conversación con ella, pero no encontraba la forma de abordar el tema de algún libro. Así que las frases eran exiguas y banales, mientras que sus respuestas seguían siendo de una sola sílaba. De su número telefónico ni hablar. 

En la cuarta visita Ruescas se sentó dos bancos de distancia a ella, pidió su usual bebida y platicamos sobre cualquier cosa. De reojo observaba a Sofía y su libro, y entonces noté en él una llama de interés mientras ideaba la forma de entablar conversación, Ruescas, se frotaba las manos para alejar los nervios y jugueteaba con su bebida. -Tendrás que beberte cuatro hadas para entablar una conversación con ella- le susurré con malicia. Después de un rato, se levantó de su banco y se acercó a ella, le preguntó con interés sobre la lectura que ella llevaba. Ella lo ignoró. Luego él le hizo algunas preguntas, a las que ella contestó de forma frugal, como antes a mí. Sentí satisfacción y celos. Entonces él le mencionó un fragmento del libro, y automáticamente captó su atención. Ella alzó la mirada incrédula y emocionada, sonrió y comenzó a hablar del libro y la historia de María… En menos de 5 minutos Ruescas bebía mientras debatía sobre la trágica vida de María. Sofía dilucidaba con gran intensidad la novela mientras Ruescas con moderación emitía su opinión… luego Sofía volvió a sonreír y bebió de un solo trago su tequila.  Y entonces tuve celos de no ser yo quien hubiera provocado esa sonrisa después de 4 visitas. Mi torpeza y lentitud habían perdido esta primera batalla con ella y me arrepentí de no haber elegido mi primera egocéntrica opción. 

Esa noche, frustrado, fui testigo de cómo el tipo más gris de todos los clientes, usó mi estrategia y la embelesó con su tertulia. El mismo Ruescas solitario que todas las noches salía en busca de un amor por ratos, hoy tenía la atención de Sofía. Sin embargo, ellos no se fueron juntos, ni esa ni otras muchas veces más.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Historias en un bar: Sofía.

Parte I.  Damián Ruescas. 


Damián Ruescas era un típico hombre de semblante y aspecto austero aunque en general poseía un trabajo que lo remuneraba mejor de lo que él mismo pensaba, económicamente hablando;  Osaba no reír de vez en cuando ni frecuentemente, prefería sólo esbozar un leve arco invertido en su boca y listo. Ruescas era frío, parco, bastante tímido y retraído, a pesar de que en las reuniones sociales se mostraba abierto a todo tipo de opiniones; era también, alto, muy alto; no era en sí delgado, poseía ciertas curvas de la felicidad en el estomago y vientre abultado, pero su altura le permitía vagamente disimular tal porte.  

Pero Damián cambiaba cuando en las reuniones sociales había alcohol de por medio, el ajenjo era de su preferencia y como sabía que no cualquiera lo bebía, siempre cargaba con una botella en su saco. Ruescas, cambiaba metafóricamente y literalmente, ambas y sin contradicciones; En el momento en el que el alcohol comenzaba a circular sobre las mesas, en sus ojos relucía una mirada sobrehumana y profunda, entonces su sonrisa se volvía un poco más descarada sin llegar a la vulgaridad de carcajear; sin embargo no socializaba, sólo ponía más atención al momento; él seguía sin pronunciar muchas palabras pero en su rostro aparecían ciertos símbolos que definían su humor.

Él era crítico consigo mismo, y algunas veces autocomplaciente; bebía aún más ajenjo cuando estaba solo, permitiéndose la introspección y la búsqueda de respuestas, tal y como lo hacía el Inspector Abberline, en la película From Hell. Sí, Damián era espectador de leyendas clásicas como Jack El Destripador y su aparente fijación con las prostitutas, a veces era como si fuese Dr. Jekyll en su trabajo, pues vestía decentemente y se comportaba como tal, casi no bebía y pocas veces decía una mala palabra; pero otras veces era como si se transformara en Mr. Hyde y un extraño alter ego se apoderara de su mente y de su cuerpo cayendo en los placeres más banales del cuerpo, bebía hadas verdes y gustaba de salir en busca de alguna prostituta decente. Damián en su etapa de Mr Hyde también era recatado a su modo y paradójicamente buscaba estabilidad en cada una de las mujeres que por su cama pasaban, deseando que fuera la última y la primera a la vez.

Entonces, Damián era el trabajador asalariado que cumplía burocráticamente las horas establecidas para ofrecer servicios y organizar a la empresa, mientras que Ruescas era el hombre con retroceso de edad, que salía a disfrutar de su soledad bebiendo y buscando agradables compañías, intentando, además, buscar un rato de diversión pagana. En general sus amistades lo conocían como Damián y pocas veces se mostraba como Ruescas, era parte de un ritual privado para mantenerse alejado de mezclar las dos personalidades y de repente caer en la locura de la simplicidad y lo común.

Hombre de poca Fe, creyente de toda religión y defensor común del ateísmo, le resultaba fácil pasar inadvertido entre la gente, sus amistades tenían una imagen de paciencia y buen carácter; y en general así era, salvo cuando se sentía solo e incomprendido, y  hacía uso del chantaje emocional; fuera de eso era bastante tolerable y los pocos amigos que tenía eran los de antaño, aquellos a quienes había conocido desde la infancia y yo, su camarero. 

Ruescas asistía con religiosidad al bar en donde yo atendía, llegamos a entablar grandes charlas de mujeres y películas, algunos grandes clásicos, otras relacionadas con el erotismo y la ciencia ficción. Su vicio por el cine, lo hacía notar cada que tocaba un nuevo tema de conversación, es más, no recuerdo hablar de otras cosas que no tuvieran relación con alguna película.  

Cada día, Ruescas pedía tres o cuatro hadas verdes y luego se marchaba en busca de alguna prostituta, hasta el día en que conoció a Sofía.  

jueves, 14 de junio de 2012

Encuentros con el pasado.


Mirar atrás se ha vuelto parte de la cotidianidad. De pronto te das cuenta que cada vez que lo haces sirve para agarrar impulso y no regresar, pero también para recordar, y se te va haciendo costumbre repetir los pasos del recuerdo. 

Lo difícil de recordar no son las diapositivas en tu mente, no son los momentos, no es el rostro ni las manos… es el dejo de melancolía que sucede en tu cuerpo, la terrible necesidad de estar en un tiempo que ya fue, de sentir lo que ya pasó… de volver a vivir. Lo difícil de recordar es ya no estar.

La lucidez con la que pretendes amanecer día con día se vuelve parte de un hábito riguroso para aparentar, y las apariencias no engañan. Pero nos esforzamos.

Un día te das cuenta que has decidido un camino sin saber qué pasaría en el otro que no elegiste, y te preguntas por qué no puedes saltar en el tiempo y probar alternamente en ambos caminos para así poder decidir. La duda puede ser peligrosa.

Elegir es siempre prescindir de algo y a veces el egoísmo te mantiene jugando en dos tiempos, vas dejando cuentas pendientes con esos amores impulsivos que nos hacen retroceder cada vez que embriagan los recuerdos haciendo pagar cuenta por cuenta;  o  bien, sentando en la banca de la espera a los amores sensatos, esos que siempre sabes que estarás no importando qué.  Porque amor no es el primer amor, amor es la primera entrega, la primera pasión.

Sin embargo, otras veces decides irresponsablemente pensando en otros, y en quién o qué no lastimar; olvidándote de lo que realmente quieres tú, lo que eres.  Pero siempre vuelves a mirar atrás, te sientes insatisfecho y presientes que has olvidado algo… algo que no desearías recordar.

Decidir entonces es mantener una ligera llama de encuentros con el pasado, es querer voltear atrás, es recordar… es perder. Pero también es elegir por el propio bien.

Y si al final lo único que nos queda, es esa sensación de añoranza, entonces ser feliz debería de ser el próximo camino. Olvidar y ser feliz. 

lunes, 4 de junio de 2012

Extraño.


Preámbulo.
Nos faltó un beso. Nos sobró la distancia, nos mató el orgullo.

Hace algunos años inicié con los cuentos a Épico, nos hice una historia, un cuento que escribí de aquel amor cobarde.  A la par de esa historia, me encontré contigo, Extraño, y pocas veces te he dedicado las líneas que describen mi otra historia. Por eso tú mereces una historia aparte.  A ti Extraño, te debo una memoria pues lo que menos hubo en ti fue cobardía. 

En resumen, diré que no hay canción que nos describa o que nos haga llorar, pero hay literatura que nos recuerda. Porque en cada libro que leí en ese tiempo, te hacía partícipe de las historias inconclusas, de esos amores inertes o exiguos de los que te enajenaba. Fuiste también mi Épico, pero más que nada mi Extraño.
Fuiste para mí Heathcliff que con su fuerza e insolente orgullo me indicaba los caminos a evadir, Diablo guardián que me protegió de sí mismo.  Mi Pedro Páramo odiado.  Mi General, mi Lucas Corso y yo tu Diablo enamorado. Fuiste muchos hombres, muchas heridas, tantos personajes. Fuiste mi héroe y mi vengador, mi fracaso y la resignación.

Fuiste, Extraño, mi anónimo. Mi inspiración por momentos, fuiste mi amor, el que no conté jamás y el que siempre negué.

Pero ya es tarde y hablar de los fuiste es innecesario cuando hoy, volteando hacia atrás, decido escribirte estas cartas para establecer una historia que no deseo olvidar.  El tiempo nos separó para bien, quién sabe, tal vez pudimos destruirnos y dejar de ser lo que somos ahora. Porque no somos un mal recuerdo.  

Maldita mi suerte que de amores inconclusos está llena la mitad de lo que llevo de vida, pues la otra mitad no sabía amar. Pero descuida, no soy la víctima aquí. Solo pretendo contar otra historia.

Y aunque a veces te olvido, casi siempre te extraño, Extraño.