miércoles, 23 de febrero de 2011

Culpas, decisiones y prejuicios.

No puedo importunar tus sueños cuando cae la noche, pues durante el día la guerra nos agota.

No es que me guste andar de cama en cama, lo que pasa es que me gusta llenar de nuevas experiencias para contarle a él. Y él es feliz. O al menos, eso es lo que yo aparento creer. Total que las culpas siempre han sido y serán ajenas, nunca mías.

Hay culpas que no me interesa expiar, si es que las he sentido. La absolución se apodera de mí todas las noches, cuando entrego mi alma al mismísimo diablo, mi cualquier Diablo Enamorado. Entonces, llega un momento en que una aprende a no sentirse culpable; de cualquier forma siempre habrá juicios perversos de tu persona, por donde te asomes. Así que aquí no hay culpas.

Después del paréntesis, les decía entonces que estaba yo en medio de dos relaciones informales, aunque una tenía más seriedad que la otra. Se suponía que ninguno de los dos sabía, pero tampoco les importaba, jamás preguntaban. Yo me sentía afortunada entonces, aunque las "amigas" me etiquetaran con singulares palabras. Siempre he dicho que entre mujeres somos perversas. Pero yo siempre les decía: andar con dos o tres, o cuatro, es un privilegio que pocas tenemos. Y entonces enmudecían tragándose sus cuentos vaqueros de que ellas aguantaban hasta 5 rounds en la cama. Pues quizá ellas, de sus hombres yo lo dudo.

Si los cuentos de mis amigas eran reales o no, a mí era lo que menos me ocupaba. Yo tenía lo que quería, o más bien, no sabía lo que quería y mientras tanto, probaba y probaba.

Total que ahí me tienen, enredándome en mis propios cuentos y falsificando encuentros. Sin embargo, hay cosas que no duran toda la vida, de hecho nada dura toda la vida, para qué nos hacemos pendejos. Y si durara toda la vida, seguro nosotros no tendríamos el tiempo de disfrutar su toda la vida. O sea, eso del "siempre" es tan bonito como los cuentos de princesas.

Y entonces un buen día, de esos que no te esperas, sucedieron encuentros inesperados, en lugares acordados. Mis dos hombres se enfrentaron y se afrontaron, como si yo fuera de su propiedad, como si yo tuviera la ausente capacidad para elegir entre alguno de los dos, si no lo hice durante todo ese tiempo, mucho menos ahora. Y lo peor, me pedían definir mis sentimientos. ¡Cómo hacerlo! ¡Cómo se les ocurría! Además qué daño podía yo hacer, si ellos de mí tampoco estaban enamorados. Sólo era orgullo masculino. Así que decidí por los tres. Integré a un cuarto. Él.

Eventualmente dejarás de quererme, eventualmente dejaré de buscarte. Eventualmente seremos amigos. Y así, eventualmente volveremos a empezar.
Malicia.


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