Remembranzas.
Anoche
pernocté, tuve en el pecho una inquietud de un recuerdo vago, un déjà vu. Algo
que importunaba a los ojos, el pecho y las manos. Comencé a sudar. Todo yacía
en silencio mientras el latido de mi corazón se aferraba con sucumbir mi cama,
mi memoria, a mí completa. Tragué agua y
no lo solucioné, algo había en mí que no me dejaba dormir, fue una noche
larga. La más larga y sensata.
De
pronto restar se hizo hábito. No podía recordarte.
Siento
que camino con un dejo de tristeza, como cargando sobre mis hombros tus
recuerdos. Me he cortado el cabello para remediar ese pesar, pero no dejo de
lado el lastre de tu sonrisa.
Anoche
te pensé. Ya no juego más.
Me has liberado por tu absurdo egoísmo, pues
creíste que al hacerlo despejabas de mi vida aquella idea de escapar con el
ladrón de mis ideas. Pensaste que así, me dejabas más tranquila. Decidiste ser
tú quien cargara con la melancolía de las ganas que te tenía. Decidiste que sin ti yo estaría mejor.
Pero
jamás preguntaste, ¿cómo ibas a hacerlo si siempre fuiste tú quien por madurez decidías
primero? Me llevabas la delantera mientras yo embelesada esperaba a que al
menos de mí, sí te enamoraras. Elegiste tu ausencia por mí.
Ahora,
sólo queda de esta historia versada un recuerdo vago, la premisa de mis veinte,
el amor insomne, apasionado y desmembrado. El estrago en los treinta.
Siempre
fui lo que nunca quisiste que fuera, pero al final fui lo que pude ser para ti.
Lo que me dejaste ser por cuidar no sé qué parte de mí. Más por ti.
Y
entonces ya me acordé. Y duele no tener un rasgo de tu sonrisa, una señal de
tus visitas, un vestigio de tu cariño.
Tengo
ansiedad de recordarte y me cuesta trabajo descifrarte ahora. ¿Cómo le hago
para no borrar lo poco que queda de ti? No quiero que se vaya.
Vuelve a mí.
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