miércoles, 3 de octubre de 2012

Historias en un bar: Sofía.


Parte II. El hombre de la barra. 

Sofía llegó al bar con la mirada más turbia y complicada que no había visto antes; una boca rosa sin sonrisa, el cabello enmarañado, los vaqueros rotos y una camiseta blanca que le ceñía hasta el alma, zapatos azules… entró preguntando por un hombre.  Así la conocí. 

Su semblante anunciaba la carga de un pasado que, en ese momento, no estaba interesado en conocer. Cargaba una bolsa de recuerdos, las huellas trabadas, la pesadez en las manos, los nudos en la espalda… la desilusión en su porte, un desamor, pensé. Una historia más. Le sonreí.

Sin mira más nada que un libro, que sacó de su bolsa junto con un lápiz,  se sentó enfrente de la barra y pidió dos tragos de tequila mientras disimulaba la búsqueda o mitigaba la espera… entre tanto, hojeaba el libro y subrayaba algunas frases. Luego bebió el primer caballo de tequila sin pausa siguiendo con el segundo. El alcohol como sucedáneo del amor, concluí. 
Serví otro tequila y sin mirarme agradeció el gesto. Supongo que pude embriagar esa noche a Sofía con alevosía y ventaja para luego, tal vez, llevarla a la cama y hacerla gemir de placer hasta llorar. Pero yo sólo era un barman con pocas ambiciones en la vida, ligeramente misántropo rayando en lo melancólico y las presunciones no son mi arma; así que tenía dos opciones: hacerlo de forma pedestre y quitarle la máscara a ese álter ego en potencia, o esperar, observar y conocerla. Mis opciones eran simples si consideramos que todos los días vengo al mismo bar, sirvo tragos y a veces charlo con los clientes de sus historias… ¿Pero y si ella no volvía?, tenía otra vez dos opciones: preguntar su teléfono y salir con ella; o esperar una segunda visita.  Opté por esperar la segunda visita,  lejos de toda timidez fue precaución.

Mientras servía el cuarto caballito de tequila, Sofía seguía absorta en la lectura de aquel libro, así que observé el título mientras limpiaba intencionalmente su lugar, “Tan lejos como aquí” decía la portada. Mientras bebía sin paciencia suspiraba adentrándote en alguna parte de aquella historia. En aquel momento intenté hacerle la plática pero sólo obtuve respuestas cortas y cordiales: sí, no, no gracias. 

Tres horas después, Sofía pagó y se marchó con la misma incertidumbre con la que entró, no sin antes echar una última mirada al bar por si a caso no se hubiera cerciorado de que aquel hombre que ella buscaba, estaba. Sin embargo, ese día no llegó quien ella esperaba y en ese mismo tenor yo aprendería a esperarla. 

Cuatro visitas más se presentaron después, antes de que yo tuviera el valor de hablarle;  en esas visitas, Sofía llegaba sola, sin preguntar por aquel hombre; el vestuario en cada una era distinto, pero el mismo cabello enmarañado,  los zapatos azules y la mirada inquietante de la primera vez. Cada visita era por espacio de diez y quince días,  siempre pedía tequila para beber y portaba un libro diferente: el segundo día llegó con Cumbres borrascosas, el tercero con Pedro Páramo, el cuarto con María. Comencé a anotar los títulos para leerlos después y conseguir un tema de conversación con ella que permitiera mantener su interés en algo que no fuera el tequila y las letras.

Durante mis tiempos libres acudía a un café cercano del bar para leer los libros que Sofía portaba, me parece que nunca me había esmerado tanto por leer tanto en unas cuantas horas, y además, entender o encontrar el significado de cada historia. En principio me parecían historias rosas y sin interés para mí, salvo Tan lejos como aquí y Pedro Páramo. Pero luego descubrí que tenían historias en común que quizá proyectaban algo en su vida: desamor, rencor, odio y pasión. Básico, esta historia de bar ya me la sabía: una muchacha mal herida que viene a beber y a tratar de justificar en los libros lo que nadie puede explicarle. Creí, en ese momento, que empezaba a descifrar la vida de Sofía con sólo observación de campo. 

Por su puesto que en todo ese tiempo, intenté entablar una conversación con ella, pero no encontraba la forma de abordar el tema de algún libro. Así que las frases eran exiguas y banales, mientras que sus respuestas seguían siendo de una sola sílaba. De su número telefónico ni hablar. 

En la cuarta visita Ruescas se sentó dos bancos de distancia a ella, pidió su usual bebida y platicamos sobre cualquier cosa. De reojo observaba a Sofía y su libro, y entonces noté en él una llama de interés mientras ideaba la forma de entablar conversación, Ruescas, se frotaba las manos para alejar los nervios y jugueteaba con su bebida. -Tendrás que beberte cuatro hadas para entablar una conversación con ella- le susurré con malicia. Después de un rato, se levantó de su banco y se acercó a ella, le preguntó con interés sobre la lectura que ella llevaba. Ella lo ignoró. Luego él le hizo algunas preguntas, a las que ella contestó de forma frugal, como antes a mí. Sentí satisfacción y celos. Entonces él le mencionó un fragmento del libro, y automáticamente captó su atención. Ella alzó la mirada incrédula y emocionada, sonrió y comenzó a hablar del libro y la historia de María… En menos de 5 minutos Ruescas bebía mientras debatía sobre la trágica vida de María. Sofía dilucidaba con gran intensidad la novela mientras Ruescas con moderación emitía su opinión… luego Sofía volvió a sonreír y bebió de un solo trago su tequila.  Y entonces tuve celos de no ser yo quien hubiera provocado esa sonrisa después de 4 visitas. Mi torpeza y lentitud habían perdido esta primera batalla con ella y me arrepentí de no haber elegido mi primera egocéntrica opción. 

Esa noche, frustrado, fui testigo de cómo el tipo más gris de todos los clientes, usó mi estrategia y la embelesó con su tertulia. El mismo Ruescas solitario que todas las noches salía en busca de un amor por ratos, hoy tenía la atención de Sofía. Sin embargo, ellos no se fueron juntos, ni esa ni otras muchas veces más.

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